Empezaré con una advertencia: Miguel Gomes pertenece a una especie en extinción de cineastas, aquellos que permiten que un plano dure lo que tenga que durar, que no temen alargar sus obras y que piden al espectador paciencia e interés por lo mostrado en la pantalla.
Aquele querido mes de Agosto es una película con grandes pretenciones y resulta triunfante. Todo inicia como un documental, en donde el cineasta retrata el folklore de la provincia portuguesa y la música presente en ella. Sin embargo, el productor está preocupado porque el director parece perdido, aún no tiene a los actores para interpretar a los personajes que aparecen en un guión que no seguido, pero Gomes sólo pide paciencia. De manera casi imperceptible, la película se transforma: la cámara encuentra a sus personajes, una familia de músicos a quienes seguiremos en adelante, incluyendo la relación central entre dos primos y su amor. El resultado es sorprendente: la realidad del documental de Gomes logra desarrollar una ficción. Esa transición es brillante, porque la segundaes mostrada con el lente del primero.
La música siempre está presente: la banda que toca en una procesión, los músicos que tocan en una comida, el grupo familiar al que seguimos...es la música la que da continuidad al documental-ficción, la que evita su ruptura; y es que siempre está ahí: una banda tocando en una procesión religiosa, un grupo armonizando una comida, la familia de músicos en plazas portuguesas.
Las locaciones son hermosas; la Portugal provincial de Gomes evoca por momentos a la Grecia de Theo Angelopoulos: países que sufrieron dictaduras, miembros desde los ochenta de la Comunidad Europea y que están han atravesado un proceso para alcanzar la modernidad del resto de Europa Occidental; además ambos cineastas presentan planos secuencias llenos de nostalgia: el portugués evoca el pasado portugés en lugares por los que el tiempo parece no haber pasado.