viernes, 11 de diciembre de 2009

Days Of Heaven…




Terrence Malick y Néstor Almendros; fotografiar una película en “hora mágica”, la exploración de la inagotabilidad lumínica y expresiva de tal momento. Es una película de la naturaleza con un abordaje naturalista, llena de contrastes, el contraste luminoso entre el alba y el ocaso, sus particularidades, sus respectivas frugalidades y riquezas luminosas. El ocaso como la forma de denunciar al sol, justo al momento de marcharse es cuando más evidente se hace, los arreboles sangrando salpicándonos los ojos. El alba como la forma de denunciar al sol, justo al momento de llegar se empieza a entintar el cielo límpido, a contraerse las pupilas. La luz, derramándose en colores, en temperaturas, nos denota este paso de tiempo, porque es justo en sus determinaciones, sus concreciones, sus incidencias en el mundo, que podemos experimentar plenamente el tiempo, el verde, el rojo, el blanco. Visualizar el viento, sus patrones, sus fractales en la custre del lago o en los trigales, o en las crines de los caballos, o los pelajes de los bisontes, el sonido jugueteando con la imagen, tantos ruidos naturales con sus imágenes. El amarillo de los trigales, y la luz proveniente de ellos, suelo luminiscente dorado, cielo obscurecido azulado. El asombro que produce la naturaleza, y su exploración boquiabierta, pasamos de extreme long shots de abrumadores paisajes a close ups desconcertantes de langostas devorando, techos de trenes avanzando y guajolotes agazapados, es tanto cielo que no cabe, y tanto detalle inagotable. La parsimonia, el ritmo, el silencio, la insoportabilidad y belleza de la quietud, el fuego sereno pero incontenible que arrasa los trigales y el otro que se ocupa de los personajes, después del matrimonio de Abby, hay un cambio de registro, se pasa a lo funesto al terminarse la hora mágica, al avanzar al territorio de la noche. La composición de cada cuadro es perfecta, en armonía y disonancia las personas y la naturaleza. El tema musical, Aquarium de Camille Sant-Saëns, es con el que empieza Visions of Light… Me quedo con la belleza profunda, con la verdad extática que veinte minutos de rodaje pueden alcanzar…

A Century of Cinema… (Otro comentario a SS)



El recuento que en el centenario del cine hace Sontag, suena ya trillado, lugar común… y ese es el principal problema, estamos por demás habituados a la desesperanza fílmica. Hablamos de 1995, hoy, catorce años después el patetismo es que el panorama es el mismo, quizás sólo más agudizado, más desarrollado. Vivimos en la era del remake o su bastarda sofisticación, el reboot. Un comprometido reciclaje que parece provenir de la generalización de la clausura del cine como arte y su revaloración sólo como medio de entretenimiento y de explotación. Los estudios son controlados hoy en día por largas corporaciones que en su poder también cuentan con productos tan superficiales –cuyo fin primero y último es el consumo- como los refrescos o los noticiarios.
Es interesante que trate de la cinefilia, ahora somos espectadores coaccionados, amaestrados, que reaccionamos de manera calculada y eficiente ante el producto cinematográfico, capaces de masticar determinado número de palomitas y confites por minuto, directamente proporcionales a los tragos de pepsi dados. El cine dejó de ser un fenómeno, un ritual colectivo y solitario, ha salido de su obscuridad pública y su grupal anonimato, para irse a arrebujar a la luz doméstica y a su íngrima familiaridad. Ver cine en casa, independientemente del tamaño de la imagen, es un acto más onanista, que, como antes, orgiástico.
El cine como pretexto, como producto ancilar del establishment…
No estoy seguro dónde lo leí, o si proviene de los soñadores de Bertolucci, “toda mi educación la obtuve en la cinemateca”, el cine como fuente inagotable, como proyección e introspección iridiscentes. Adoptemos la postura de García Tsao, no seamos sólo esta pose snob y desvirtuada de cinéfilos, sino la patología social e insaciable de ¡cinemaniacos!. Una peli es el acontecimiento más importante, hay que restaurar la relación dialéctica, las pelis parten de uno y a uno van –así en singular, sólo de retina en retina alcanzan la pluralidad-, si las películas no nos dicen nada vital, no podemos nada vital decirles, y viceversa. Hay que dejarnos partir la madre por las pelis, para luego poder vengarnos. Hay que provocarlas, provocarnos, provocarnos, provocarlas. Sontag es por lo que clama, por este reencuentro profundo del cine con su audiencia, por eso…
Estoy –como otros- locamente enamorado, el cine es insoportable, su lenguaje resuena, inconscientemente y al revés, en lo profundo. Es universal, primitivo, sofisticado, es una experiencia psicosomática, imponderable, inefable, abierta.
Quiero ser cineasta por esa inclinación por el misterio, por la sorpresa, por la estupefacción y curiosidad ante el mundo fenoménico, por lo que se nos revela y oculta en y a la mirada. Me gusta por ejemplo, que a pesar de haber preparado meticulosamente una escena, al momento de rodarla, todo pueda trastocarse, cambiar –que llueva o que no llueva, etc.-, y entonces de forma orgánica tener que interactuar con el mundo, exhaustivamente, para lograr hacer la toma.
Me gusta el cine como actualización de lo abstracto, la encarnación de lo incorpóreo, como la realización de la especulación, de la imaginación, con todo lo que conlleva. Y también como lo contrario, como espejo, de lo encarnado a lo incorpóreo, de lo actual o lo posible, con todo lo que conlleva, de igual modo. El cine vil, el vil cine.
La irracionalidad inherente a la imagen; la exégesis, la teoría, la crítica, vienen luego, primero se dilatan o desvían las pupilas.
Voltear los ojos al cine independiente.
Y no puedo dejar de sonar ditirámbico, pero limitado, creo en Truffaut, “El cine es mejor que la vida”… y hago eco a lo dicho por Eva Green en la ya mencionada peli bertolucciana: “I entered this world on the Champs-Elysees, 1959. La trottoir du Champs Elysees. And do you know what my very first words were? New York Herald Tribune! New York Herald Tribune!”

domingo, 6 de diciembre de 2009

martes, 1 de diciembre de 2009

El cine del Fin del Mundo




Tres años después de la conquista del Polo Sur por las expediciones de Roald Amundsen y Robert Scott, un nuevo grupo de hombres, encabezados por Sir Ernest Shackleton, se propuso la última misión para cualquier explorador: cruzar la Antártida. La expedición no logró su objetivo; sin embargo, la mayor parte de ella logró regresar con vida. El grupo incluía al fotógrafo Frank Hurley, quien logró capturar por primera vez en filme al Continente Blanco: por él, el mundo pudo ver la belleza y crueldad de la Antártida como nunca antes, quedando como testimonio la película South.

La Antártida fue el último reducto al que llegó el hombre en este planeta, el último punto en blanco de los mapas al inicio del siglo XX. Es un continente al que la mayoría jamás podremos llegar. Sin embargo, también fascina al hombre por su inaccesabilidad: un halo de misterio rodea al continente. El cine no ha sido inmune a tal sensación: La primera película de los X-Files nos muestra un laboratorio donde se trabaja con un virus y nave alienígenos; en Watchmen, la guarida de Adrian se encuentra en el continente; hasta un episodio de House se desarrolla ahí. Asimismo, algunos cineastas se han esforzado por mostrar un lugar común de la Antártida: los pinguïnos (Véanse, en documental, March of the Penguins, en animación, Happy Feet).

En años recientes han aparecido dos filmes con una visión más humana del continente y su alrededor: Liverpool y Encounters at the End of the World. En estricto sentido, la primera no trata directamente sobre la Antártida, pero ella siempre está presente. La primera película, obra de Lisandro Alonso, trata del regreso de un marinero a Ushuaia -puerto de donde parten la mayoría de las expediciones a la Antártida-, su lugar de nacimiento, tras varios años de haberla dejado. Lo que sorprende es la melancolía de la locación: los planos secuencia están llenos de desolación, de silencio, de blanco. Alonso no abusa de sus escenarios naturales, recuerda que hay hombres, nos lleva a un comedor deprimente, a un aserradero, a un puerto. Las personas son fantasmas situados en el camino a la nada, viven con lo mínimo necesario y que permiten las condiciones. Al final uno se pregunta cuál será la tasa de suicidio en el fin del continente americano.

Tras zarpar de Ushuaia quedan unas islas y finalmente la Antártida, lugar que documenta Werner Herzog en Encounters at the End of the World. Herzog es un cineasta único, extraño. Se maravilla con la fuerza de la naturaleza y la reacción del hombre ante ella; con estos antecedentes se entiende su elección por la Antártida: el continente más extraño para el hombre, al que sólo puede acceder por cortos períodos, asentándose en costosísimas bases de investigación; Herzog nos recuerda la fragilidad del hombre. Sin embargo, lo que uno encuentra en las bases es inesperado: un lingüista en el continente sin lenguas propias, un descendiente de un rey prehispánico, un concierto al aire libre...hombres que se han encontrado a sí mismos en tan inhóspito lugar. Las imágenes del documental son hermosas, la blancura de la nieve, la fauna del continente, las expediciones submarinas, que incluyen un soundtrack con sonidos de ballenas que harían palidecer a cualquier grupo de rock progresivo. Además desmitifica al pingüino, hallando un raro ejemplar solitario, con tendencias a buscar la muerte solo en el centro del continente. La voz de Herzog termina por hacer del continente algo humano, pues tiene la intención de recordanos la responsabilidad que tenemos sobre el futuro de la Antártida.