El recuento que en el centenario del cine hace Sontag, suena ya trillado, lugar común… y ese es el principal problema, estamos por demás habituados a la desesperanza fílmica. Hablamos de 1995, hoy, catorce años después el patetismo es que el panorama es el mismo, quizás sólo más agudizado, más desarrollado. Vivimos en la era del remake o su bastarda sofisticación, el reboot. Un comprometido reciclaje que parece provenir de la generalización de la clausura del cine como arte y su revaloración sólo como medio de entretenimiento y de explotación. Los estudios son controlados hoy en día por largas corporaciones que en su poder también cuentan con productos tan superficiales –cuyo fin primero y último es el consumo- como los refrescos o los noticiarios.
Es interesante que trate de la cinefilia, ahora somos espectadores coaccionados, amaestrados, que reaccionamos de manera calculada y eficiente ante el producto cinematográfico, capaces de masticar determinado número de palomitas y confites por minuto, directamente proporcionales a los tragos de pepsi dados. El cine dejó de ser un fenómeno, un ritual colectivo y solitario, ha salido de su obscuridad pública y su grupal anonimato, para irse a arrebujar a la luz doméstica y a su íngrima familiaridad. Ver cine en casa, independientemente del tamaño de la imagen, es un acto más onanista, que, como antes, orgiástico.
El cine como pretexto, como producto ancilar del establishment…
No estoy seguro dónde lo leí, o si proviene de los soñadores de Bertolucci, “toda mi educación la obtuve en la cinemateca”, el cine como fuente inagotable, como proyección e introspección iridiscentes. Adoptemos la postura de García Tsao, no seamos sólo esta pose snob y desvirtuada de cinéfilos, sino la patología social e insaciable de ¡cinemaniacos!. Una peli es el acontecimiento más importante, hay que restaurar la relación dialéctica, las pelis parten de uno y a uno van –así en singular, sólo de retina en retina alcanzan la pluralidad-, si las películas no nos dicen nada vital, no podemos nada vital decirles, y viceversa. Hay que dejarnos partir la madre por las pelis, para luego poder vengarnos. Hay que provocarlas, provocarnos, provocarnos, provocarlas. Sontag es por lo que clama, por este reencuentro profundo del cine con su audiencia, por eso…
Estoy –como otros- locamente enamorado, el cine es insoportable, su lenguaje resuena, inconscientemente y al revés, en lo profundo. Es universal, primitivo, sofisticado, es una experiencia psicosomática, imponderable, inefable, abierta.
Quiero ser cineasta por esa inclinación por el misterio, por la sorpresa, por la estupefacción y curiosidad ante el mundo fenoménico, por lo que se nos revela y oculta en y a la mirada. Me gusta por ejemplo, que a pesar de haber preparado meticulosamente una escena, al momento de rodarla, todo pueda trastocarse, cambiar –que llueva o que no llueva, etc.-, y entonces de forma orgánica tener que interactuar con el mundo, exhaustivamente, para lograr hacer la toma.
Me gusta el cine como actualización de lo abstracto, la encarnación de lo incorpóreo, como la realización de la especulación, de la imaginación, con todo lo que conlleva. Y también como lo contrario, como espejo, de lo encarnado a lo incorpóreo, de lo actual o lo posible, con todo lo que conlleva, de igual modo. El cine vil, el vil cine.
La irracionalidad inherente a la imagen; la exégesis, la teoría, la crítica, vienen luego, primero se dilatan o desvían las pupilas.
Voltear los ojos al cine independiente.
Y no puedo dejar de sonar ditirámbico, pero limitado, creo en Truffaut, “El cine es mejor que la vida”… y hago eco a lo dicho por Eva Green en la ya mencionada peli bertolucciana: “I entered this world on the Champs-Elysees, 1959. La trottoir du Champs Elysees. And do you know what my very first words were? New York Herald Tribune! New York Herald Tribune!”
1 comentario:
El cine es mejor que la vida... por aquella no va retocada...
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