Tres años después de la conquista del Polo Sur por las expediciones de Roald Amundsen y Robert Scott, un nuevo grupo de hombres, encabezados por Sir Ernest Shackleton, se propuso la última misión para cualquier explorador: cruzar la Antártida. La expedición no logró su objetivo; sin embargo, la mayor parte de ella logró regresar con vida. El grupo incluía al fotógrafo Frank Hurley, quien logró capturar por primera vez en filme al Continente Blanco: por él, el mundo pudo ver la belleza y crueldad de la Antártida como nunca antes, quedando como testimonio la película South.
La Antártida fue el último reducto al que llegó el hombre en este planeta, el último punto en blanco de los mapas al inicio del siglo XX. Es un continente al que la mayoría jamás podremos llegar. Sin embargo, también fascina al hombre por su inaccesabilidad: un halo de misterio rodea al continente. El cine no ha sido inmune a tal sensación: La primera película de los X-Files nos muestra un laboratorio donde se trabaja con un virus y nave alienígenos; en Watchmen, la guarida de Adrian se encuentra en el continente; hasta un episodio de House se desarrolla ahí. Asimismo, algunos cineastas se han esforzado por mostrar un lugar común de la Antártida: los pinguïnos (Véanse, en documental, March of the Penguins, en animación, Happy Feet).
En años recientes han aparecido dos filmes con una visión más humana del continente y su alrededor: Liverpool y Encounters at the End of the World. En estricto sentido, la primera no trata directamente sobre la Antártida, pero ella siempre está presente. La primera película, obra de Lisandro Alonso, trata del regreso de un marinero a Ushuaia -puerto de donde parten la mayoría de las expediciones a la Antártida-, su lugar de nacimiento, tras varios años de haberla dejado. Lo que sorprende es la melancolía de la locación: los planos secuencia están llenos de desolación, de silencio, de blanco. Alonso no abusa de sus escenarios naturales, recuerda que hay hombres, nos lleva a un comedor deprimente, a un aserradero, a un puerto. Las personas son fantasmas situados en el camino a la nada, viven con lo mínimo necesario y que permiten las condiciones. Al final uno se pregunta cuál será la tasa de suicidio en el fin del continente americano.
Tras zarpar de Ushuaia quedan unas islas y finalmente la Antártida, lugar que documenta Werner Herzog en Encounters at the End of the World. Herzog es un cineasta único, extraño. Se maravilla con la fuerza de la naturaleza y la reacción del hombre ante ella; con estos antecedentes se entiende su elección por la Antártida: el continente más extraño para el hombre, al que sólo puede acceder por cortos períodos, asentándose en costosísimas bases de investigación; Herzog nos recuerda la fragilidad del hombre. Sin embargo, lo que uno encuentra en las bases es inesperado: un lingüista en el continente sin lenguas propias, un descendiente de un rey prehispánico, un concierto al aire libre...hombres que se han encontrado a sí mismos en tan inhóspito lugar. Las imágenes del documental son hermosas, la blancura de la nieve, la fauna del continente, las expediciones submarinas, que incluyen un soundtrack con sonidos de ballenas que harían palidecer a cualquier grupo de rock progresivo. Además desmitifica al pingüino, hallando un raro ejemplar solitario, con tendencias a buscar la muerte solo en el centro del continente. La voz de Herzog termina por hacer del continente algo humano, pues tiene la intención de recordanos la responsabilidad que tenemos sobre el futuro de la Antártida.
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